Este es sobre todo un blog de Ciencias Sociales pero como no creo que se deban hacer compartimentos estancos en el conocimiento, he querido que esté abierto a otros temas en las fronteras de las Humanidades.
Flash Earth es una página web en flash que proporciona imágenes terrestres similares a las de Google Earth. Muy fácil de manejar, utiliza imágenes obtenidas desde los principales proveedores de imagen satélite y mapas en internet: usa los motores de Google Maps, Microsoft VE (aerial y labels), Yahoo Maps, Ask.com (aerial y physical), OpenLayers y Nasa Terra.
Permite navegar alrededor del mundo como si estuviésemos en Google Maps pero desarrollado en flash. Se puede hacer zoom sobre las zonas sobre las que estamos volando e incluso dispone de un buscador.
Una pregunta nada fácil de contestar o que ha recibido respuestas más que discutibles por sus connotaciones incluso racistas. La tesis que expone Jared Diamond me parece muy sugestiva y ampliamente argumentada. A pesar de que defiende la importancia de los condicionamientos geográficos evita caer en el determinismo. También es muy recomendable su siguiente libro: "Colapso" (2004), en el que extiende su argumentación a traves del estudio de civilizaciones que fracasaron por no tener en cuenta los límites ambientales.
"Armas, gérmenes y acero" es un libro de investigación histórica escrito en 1997 por el biólogo Jared Diamond, catedrático de geografía y fisiología en la Universidad de California en Los Ángeles (UCLA). Diamond analiza el progreso de diferentes civilizaciones del mundo y propone una explicación a la apariencia de que la cultura de Europa occidental haya llegado a ser la predominante sobre las demás. El autor ganó el premio Pulitzer por el libro en 1998.
Es un intento por explicar las razones por las que las civilizaciones euroasiáticas, en general, han sobrevivido y conquistado otras, y al mismo tiempo, refutar la idea de que la hegemonía euroasiática se debe a la superioridad genética, moral o intelectual de los miembros de tales civilizaciones. Diamond alega que las diferencias de poder, y en concreto en la posesión de tecnología entre las diferentes sociedades humanas, tienen su origen en las diferentes condiciones ambientales.
La tesis principal del autor es que Eurasia, por su mayor extensión, contenía la mayor proporción de especies vegetales y animales susceptibles de ser domesticadas; además la mayor parte de Eurasia se sitúa en el eje este-oeste donde existen pocas barreras geográficas -montañas o desiertos-, lo que permitió una rápida expansión de la agricultura. En otras zonas geográficas, el predominio de las sociedades de cazadores y recolectores provocó la desaparición de las especies animales susceptibles de ser domesticadas. En Eurasia la extensión de la agricultura y existencia de la ganadería permitían una mayor densidad de población, lo que supuso una ventaja numérica en el enfrentamiento de estas sociedades con las sociedades de cazadores recolectores.
La convivencia estrecha con el ganado dio lugar, en las sociedades ganaderas, a la exposición de los humanos a gérmenes de origen animal y la mayor densidad demográfica produjo que estos gérmenes pudieran atacar a las poblaciones humanas ocasionalmente, incluso adquiriendo el carácter de epidemias. Con el tiempo, las sociedades euroasiáticas llegaron a inmunizarse relativamente contra esos gérmenes. De hecho, fueron las epidemias de enfermedades como la viruela, el sarampión, la tuberculosis, la gripe y otras, un factor decisivo en el dominio de los occidentales sobre poblaciones no expuestas con anterioridad a estos gérmenes y por tanto no inmunes, como los indígenas americanos antes de 1492.
Diamond señala que casi todos los logros de las sociedades humanas (científicos, artísticos, arquitectónicos, políticos y otros) han ocurrido en el continente euroasiático, mientras que las sociedades de otros continentes (África Sub-Sahariana, América, y Australia) han sido conquistadas, desplazadas, o, en casos extremos (como ocurrió con los indígenas de Norteamérica, Australia y Sudáfrica), fueron completamente exterminadas por fuerzas militares y políticas de las sociedades euroasiáticas. Estas ventajas tienen su origen en el dominio temprano de la agricultura poco después de la última glaciación. Jared Diamond propone explicaciones para las diferencias tan drásticas en la distribución tanto de poder como de tecnología entre las distintas civilizaciones de la historia.
Fuente: Wikipedia
Recientemente Sohini Ramachandran y Noah Rosenberg, de la Universidad Brown y la Universidad de Stanford respectivamente, valiéndose de la información genética que permite explorar los efectos que los ejes continentales y la gama de climas en cada uno tuvieron sobre la migración humana y la adaptación, han constatado que hay evidencias de que la difusión tecnológica se aceleró en Eurasia, respaldando así las tesis de J. Diamond.
En los siguientes vídeos puedes ver la serie realizada para televisión por el propio Jared Diamond, en el que explica la tesis principal del libro:
La Mer de Glace (Mar de Hielo) es un glaciar situado en la ladera norte del macizo del Mont Blanc, en los Alpes franceses. Con 7 kilómetros de largo y 200 metros de profundidad, es el glaciar más largo de Francia. Se origina a una altura de 2.400 m y desciende hasta los 1.400 metros.
La velocidad del glaciar es considerable, desde más de 120 metros al año en la parte superior, hasta alrededor de 90 metros al año en la región de Montenvers, una media por tanto de un centímetro por hora. En los siglos XVIII y XIX el glaciar descendió hasta el fondo del valle, alcanzando la aldea de Les Bois. En aquella época el río Arveyron surgía desde el glaciar bajo una bóveda parecida a una gruta y atrajo a pintores y fotógrafos como Turner, que pintó su "Fuente del Arveron en el Valle de Chamouni Savoy" en 1816.
Hoy en día el glaciar está disminuyendo progresivamente debido al cambio climático. Ésto puede apreciarse a través de las placas colocadas en la ladera que señalan la altura alcanzada por el glaciar cada año.
Una sorprendente atracción turística es la cueva excavada artificialmente cada año en el interior del glaciar y a la que se puede acceder mediante un espectacular teleférico. El avance de la entrada de la cueva excavada el año anterior permite ver la distancia recorrida por el glaciar en ese tiempo.
En la siguiente animación se explica cómo se forma un glaciar, sus partes, el modelado del relieve que provocan y otros datos.
Este artículo procede de ciencia.es, una magnífica página de divulgación científica que permite reproducir su contenido para fines educativos.
En 1854, durante una conferencia, Louis Pasteur dijo “En el campo de la observación, la suerte favorece sólo a las mentes más preparadas”. Por aquel entonces Alfred Wegener aún no había nacido, eso sucedería el 1 de noviembre de 1880, pero bien podría decirse que aquellas palabras le venían como anillo al dedo.
Wegener comenzó su carrera científica estudiando física y matemáticas y realizó su doctorado en astronomía. La tesis le sirvió para mirar a los cielos, observar los planetas y aprender a utilizar los datos astronómicos, todo ello pensando en la Tierra. Esta forma de trabajo la heredó de sus profesores de tesis, quienes habían logrado medir, utilizando medidas astronómicas, las pequeñas oscilaciones del eje terrestre. Terminado el doctorado, Wegener comenzó a estudiar meteorología y trabajó en el Observatorio Aeronautico de Lindenberg. Allí aprendió a manejar cometas y globos meteorológicos diseñados para medir la estructura de la atmósfera a altitudes superiores a los cinco kilómetros y le permitió dar rienda suelta a su afán de aventuras, llegó, incluso, a establecer un récord al permanecer 52 horas seguidas en el aire gracias a un globo aerostático. Todos estos estudios, combinados con su pasión por la geología y geoquímica sembraron las bases para gozar de la “suerte de las mentes preparadas”, como decía Pasteur.
Como meteorólogo, Wegener se unió en 1906 a una expedición a Groenlandia con el objetivo de estudiar la circulación de los gélidos aires circumpolares. Aquella expedición fue el inicio de una relación con el subcontinente helado que duraría toda su vida y, también, marcaría su trágico final.
La suerte que lo llevó al descubrimiento de la deriva continental llegó durante las navidades de 1910. Un colega del Instituto de Física de Marburg le invitó a echar un vistazo a la nueva edición del ”Allgemaine landatlas”. Se trataba de uno de los primeros atlas alemanes que ofrecían, con datos de batimetría, una imagen real de los márgenes de África y Sudamérica. Lo más interesante es que aquellos mapas mostraban una imagen inédita de lo que sucedía, no sólo en la costa, sino bajo las aguas de los océanos. Wegener observó que, en todas las costas, la tierra se adentraba suavemente en el agua hasta que, llegado a un punto, la superficie se precipitaba bruscamente hacia el abismo. Su mayor descubrimiento fue que los límites de los continentes no dependen del capricho de las aguas costeras sino de alguna, y desconocida, propiedad que afecta al planeta entero.
Wegener había notado ya el parecido entre las costas de África y América del Sur que parecían encajar como las piezas de un rompecabezas, pero ahora, en los nuevos límites que acababa de descubrir bajo las aguas costeras, las piezas encajaban mejor, si cabe. A su mente acudieron los conocimientos acumulados durante años de estudio sobre la disposición de las distintas capas de la atmósfera y las observaciones de los ínfimos movimientos de las masas glaciares de Groenlandia. Inmediatamente, estableció la hipótesis de que las superficies continentales pertenecían a una capa de tierra y el fondo oceánico a otra capa distinta. Era como dividir la corteza terrestre en distintos niveles que tiene vida propia como sucede en las capas altas de la atmósfera.
Para dar sentido a su hipótesis, Wegener comenzó a recabar información procedente de distintos campos de la ciencia: geología, geofísica, paleontología y oceanografía. Encontró que, a un lado y otro del Atlántico, existen estratos de similares características, hay estructuras que se repiten y fósiles de especies que vivieron al mismo tiempo en ambos lugares, situados, ahora, a miles de kilómetros de distancia. Aquellas similitudes eran algo más que parecidos al azar y ya se habían propuesto algunas hipótesis singulares, por no decir curiosas, para explicarlas. Una de ellas proponía la existencia de un estrecho puente de tierra emergida que permitió el intercambio de especies de plantas y animales, ahora fósiles, a ambos lados del Atlántico. Sin embargo, es difícil aceptar que una formación tan extraordinaria, capaz de surcar los 5.000 kilómetros de océano, desapareciera sin dejar huella. Por si esta dificultad fuera poca, también las costas de Europa y Norteamérica comparten su propia colección de criaturas fósiles y lo mismo sucede entre Madagascar y la India, puestos a tender puentes, la Tierra habría parecido una red de autopistas.
La teoría de la existencia de puentes de tierra surcando los océanos como inmensas autopistas naturales no convencía a muchos, pero lo que Wegener proponía era más increíble todavía. El científico alemán defendía que los continentes enteros, con su mole inmensa de valles, montañas, mesetas, ríos, cargados de vida, se mueven como lentas y frágiles balsas empujadas por fuerzas invisibles.
A pesar de lo descabellada que parecía en un primer momento, la propuesta tenía sus ventajas. Además de explicar las similitudes entre las costas de lugares tan distantes, ofrecía una solución para otro de los enigmas de la geología: la formación de las montañas.
A principios del siglo XX en los círculos científicos se aceptaba como buena la “Teoría de la contracción”. Básicamente se apoyaba en la idea de que nuestro planeta fue, en tiempos remotos, una inmensa bola fundida, cuya corteza, al enfriarse, se fracturó y se arrugó, como una manzana vieja. Desgraciadamente, la hipótesis tenía un grave inconveniente: si hubiera sido así, todas las montañas de la Tierra deberían tener la misma edad, algo incorrecto a todas luces. La hipótesis de Wegener proponía, en cambio, la existencia de una corteza terrestre mucho más dinámica, con los continentes en continuo movimiento, que acaban chocando, rozando y separándose, creando en el proceso profundas depresiones y elevadas montañas.
Hace ahora cien años, a finales de 1911 y principios de 1912, Wegener dio a conocer sus ideas en dos artículos, ambos titulados “El origen de los continentes”, que han pasado a la historia de la ciencia como unos de los más innovadores de todos los tiempos.
A lo largo de los años que siguieron, Wegener continuó escribiendo artículos que iban apoyando, con datos nuevos, su hipótesis. El último de ellos lo publicó en 1929, poco antes de la expedición a Groenlandia que le costaría la vida. Según él mismo, aquel artículo era el definitivo trabajo sobre el origen de los continentes y océanos. La expedición pretendía instalar una base capaz de resistir el invierno en el centro de la capa de hielo de Groenlandia para conseguir el primer conjunto completo de datos meteorológicos de la región. Después de una serie de dificultades con los suministros, Wegener decidió hacer un arriesgado viaje hasta la costa. Abandonó la base el día de su 50 cumpleaños y murió una semana más tarde en la inmensidad helada de la tierra que lo inspiró.