sábado, 6 de noviembre de 2010

Bomarzo, de Manuel Múgica Laínez

Cerca de la ciudad de Viterbo, a pocos kilómetros de Roma, se encuentra la aldea de Bomarzo que fue, durante el siglo XVI la morada de un extraño duque, miembro de la familia de los Orsini. Entre las ruinas de la residencia, se encuentran los restos de un parque inverosímil, poblado por monstruos de piedra. Un elefante, un perro, un Jano bifronte, una ninfa, un Minotauro, un Neptuno, una Boca del Infierno y una enorme tortuga excitaron la imaginación de Manuel Mujica Láinez quien visitó el lugar por primera vez el 13 de julio de 1958 en uno de sus frecuentes viajes a Italia. La imaginaria historia de Pier Francesco Orsini, Señor de Bomarzo, príncipe del Renacimiento de atormentada psicología, quien carga sobre la joroba de su espalda el peso de sus pecados, es el tema de la novela histórica Bomarzo.


Manuel Mujica Láinez (1910-1989) es uno de los escritores argentinos que, al igual que Borges, pertenecen a la Literatura Universal. En su obra encontramos la mirada del miembro de una burguesía cosmopolita, educado en Europa pero profundamente identificado con la realidad argentina. Como muchos hijos de familias ricas de principios de siglo XX, realizó sus estudios secundarios en Inglaterra y Francia y concluyó los universitarios en la Facultad de Derecho de la Universidad de Buenos Aires.

Aparte de su oficio de escritor se desempeñó como crítico de arte en La Nación, fue secretario del Museo de Arte Decorativo hasta 1946 en que renunció como opositor al régimen peronista y luego se desempeñó como director de Relaciones Culturales (1955-1958). Su carrera literaria se inició con libros de evocación histórica del pasado español y argentino: Glosas castellanas (1936) y Don Galaz de Buenos Aires (1938), línea que continuó en sus biografías del romántico Miguel Cané y los poetas de la literatura gauchesca, Estanislao del Campo e Hilario Ascasubi. Aparte de su trabajo como traductor en obras de Marivaux, Molière, Racine y Shakespeare, su obra más conocida es la de narrador. En ella ha sabido ordenar relatos que tienen personajes en común y forman una historia continuada y variable: Aquí vivieron (1949) es la saga de los habitantes de una casa; Misteriosa Buenos Aires (1951) historia de la ciudad, a través de personajes históricos y fantásticos; en El viaje de los siete demonios (1974) evoca los siete pecados capitales en correspondientes viñetas históricas; El escarabajo (1982) está protagonizado por una joya que pasa de mano en mano a través de los siglos. Lo más característico de su producción es la serie de novelas que describen la elegante y, a la vez, grotesca decadencia de algunas grandes familias porteñas: Los ídolos (1953), La casa (1954), Invitados en El Paraíso (1955) y Los viajeros (1956). En ellas se han señalado influencias de Eça de Queirós, Virginia Woolf y Marcel Proust. En el plano de la novela histórica, a veces mezclada con fuentes legendarias, cuentan: Bomarzo (1962), El unicornio (1965), El laberinto (1974) y De milagros y melancolías (1969).

Bomarzo podría haber sido escrita por un Umberto Eco ya que reconstruye con delicado preciosismo la atmósfera violenta y refinada en la que vivían los señores renacentistas italianos. En consonancia con la tortuga de piedra, el atormentado duque de Bomarzo arrastra su lamentable figura jorobada y el peso de los múltiples pecados que cometió para llegar a ser poderoso. Ultrajado por sus hermanos y repudiado por su padre, amado por su abuela y adulado por el astrólogo y alquimista Silvio de Narni quien le promete la inmortalidad, la ambigua sexualidad del príncipe giboso se verá enfrentada ante la dulce Julia Farnese, su esposa nunca poseída y la bella prostituta florentina Pantasilea.

La monumental novela histórica Bomarzo cobra fama internacional y es traducida a varios idiomas inmediatamente de ser publicada, en 1962. En esos años, el músico Alberto Ginastera recibe el encargo de Hobart Spalding, presidente de la Opera Society de Washington para crear una ópera con la que iniciar la décima temporada de esa institución.

Bomarzo y el Manierismo

A finales del primer tercio del siglo XVI, las fórmulas renacentistas parecían agotarse en una Italia en constante revolución artística y cultural. Grandes genios del Alto Renacimiento, como Rafael y especialmente Miguel Ángel, empezaban a traicionar los preceptos clásicos y alteraban libremente los esquemas compositivos heredados de la Antigüedad para, a partir de ellos, crear algo absolutamente nuevo. Estos artistas abrieron paso a lo que ya por aquel entonces fue conocido como Manierismo, y que supone un tránsito entre el Renacimiento y el Barroco. Aún pendiente el debate de si considerar al Manierismo un estilo artístico, éste viene a poner de manifiesto un amaneramiento de las formas clásicas. El Manierismo, así, es alargamiento, es artificio, es desequilibrio. En cierto modo, el Manierismo es lo Anticlásico. Si el Renacimiento es lo apolíneo, lo sosegado, el Manierismo es lo dionisíaco, lo pasional. Un buen aperitivo para el que será el estilo de los sentidos: El Barroco.

En la nómina de los artistas considerados manieristas, nos encontramos a interesantes personalidades. Basta sólo recordar a Bronzino o Pontormo, o al mismo Greco.

Pero nada mejor para comprender el fenómeno manierista que acercarse al Parque de Bomarzo, en Italia. El popularmente llamado jardín de los monstuos estuvo bastante descuidado no hace tanto tiempo, pero desde hace unos años se ha vuelto a revalorizar, lo cual no significa que sea masivamente visitado, ni que esté en la clásica ruta turística de la Italia del Renacimiento. Se trata de un conjunto monumental situado en un sombrío bosque ubicado en la zona central de la Península Itálica. Realizado a mediados del siglo XVI por Pirro Ligurio, se compone de un interesantísimo grupo de esculturas que sorprenden al visitante entre los senderos abiertos en un viaje iniciático en el que lo misterioso y lo atemporal se dan la mano de manera verdaderamente sorprendente. Estos monstruos manieristas, realizados en piedra granítica, son a veces de un tamaño considerable, y su visionado resulta impactante, como también lo son las construcciones anticlásicas que salpican este alucinante escenario, y entre las que merece la pena destacar la casa inclinada, un ejemplo esclarecedor del desequilibrio típicamente manierista.



3 comentarios:

Lucia Pascual 2ª B dijo...

Simplemente me encanta, si alguna vez voy a Italia lo primero que haré será ir allí... Sin duda es arte.
Y en cuanto al libro, le echaré una ojeada al libro.

Unknown dijo...

A mi parecer,las esculturas que realizó Manuel Mujica me parecen un tanto tenebrosas,algunas hasta desagradables,como por ejemplo la escultura de la cabeza del hombre o la entrada (segunda imagen).

Anónimo dijo...

Por supuesto q esre es un parque sumamente enigmático y artístico. Genera mucha curiosidad por las dimensiones de las esculturas y el significado, sobre todo si leíste el libro de Bomarzo.

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